Desde que era niño, siempre he sentido una fascinación inmensa por la tecnología y los videojuegos. Recuerdo pasar horas frente a la pantalla, no solo jugando, sino maravillándome con cómo funcionaban esos mundos digitales que tanto me atrapaban. Cada pixel, cada movimiento, cada aventura parecía un pequeño milagro que despertaba mi curiosidad. Esa chispa inicial se convirtió en algo más grande cuando, siendo aún pequeño, comencé a preguntarme cómo se creaban esos juegos que tanto disfrutaba. Fue como si algo dentro de mí supiera que no solo quería consumir tecnología, sino también entenderla y, algún día, crearla.
Cuando emigré a España, esa pasión encontró un nuevo rumbo. No fue solo un cambio de país, sino un momento de transformación personal. Llegar a un lugar nuevo, con un idioma y una cultura diferentes, me empujó a buscar anclas en lo que siempre me había apasionado. La programación, que hasta entonces había sido una curiosidad latente, se convirtió en mi refugio y mi ambición. Empecé a explorar lenguajes de código, a experimentar con líneas que daban vida a ideas, y a sentir esa emoción única cuando algo que escribes cobra vida en la pantalla. España no solo me dio un nuevo hogar, sino también el impulso para convertir mi amor por la tecnología en una vocación. Cada paso en este camino ha sido un aprendizaje, una mezcla de retos y satisfacciones que me han hecho sentir más conectado con ese niño que soñaba frente a una consola, pero ahora con las herramientas para construir mis propios mundos.